- Gracias, ¿de quién es?.
- No se identifica.
- Sig, todas las llamadas vienen identificadas.
- Ésta no.
Era muy raro, despertó su curiosidad y de todos modos no perdía nada por aceptarla. Encogiéndose de hombros dijo:
- Bueno, muéstrala.
Acto seguido en la pantalla apareció la palabra "HOLA".
Djan parpadeó perplejo, esperaba un holograma como era habitual o, como poco, una imagen de vídeo con su audio correspondiente. Ya nadie se dedicaba a mandar mensajes por escrito.
- Sig, ¿hay algún problema?, ¿y la imagen?.
- No parece haber ningún problema, pero sólo llega texto.
- Bueno, traduce mis palabras, no tengo ganas de escribir.
- Hola, ¿estás ahí? -volvió a aparecer en la pantalla.
- Sí, aquí estoy. ¿Quién eres? -preguntó Djan.
- Si interrumpo algo me lo dices, no me gusta molestar.
La verdad es que tenía bastante trabajo pendiente, pero no corría mucha prisa. Se dedicaba a hacer mediciones por diversos puntos de la galaxia. Una cosa necesaria pero monótona, lo más emocionante que le había pasado en el último mes era haber encontrado, cerca Cygnus-1, una concentración anormalmente alta de taquiones, lo que habría que investigar teniendo en cuenta la proximidad del agujero negro.
Solo en su nave, había aprendido ciertos trucos para conservar la cordura. Procuraba mantenerse frecuentemente en contacto con familiares y amigos. Y, sobre todo, charlaba a menudo con el ordenador de la nave. Le llamaba Sig, en memoria de Sigmund Freud, el fundador del psicoanálisis. Le hacía aparecer en un holograma con gafas de aro y barba blanca, adoptando incluso la personalidad de un psicoterapeuta, cosa que el ordenador podía hacer perfectamente. Estaba convencido de que sus largas sesiones de charla le ayudaban, curiosamente, a mantener el contacto con la realidad.
Pero todo tenía un previsible aire de cotidianeidad del que esta llamada le había sacado, así que era normal que, sin darse cuenta, cada vez estuviese más interesado en ella.
- No, no interrumpes nada. ¿Quién eres?.
- Vale. Soy yo, ¿tienes un ratito para charlar?.
Se sintió defraudado, hizo un rápido repaso mental de sus conocidos y no creía que ninguno le hablase así. Debería ser un error, la llamada no era para él.
- Perdona, pero me parece que te has confundido, creo que no nos conocemos.
- No, no me he confundido, quiero hablar contigo -escribió la pantalla.
- ¿Nos conocemos?.
- Claro, no podríamos estar charlando así si no nos conociésemos.
- Dime entonces quién eres -preguntó Djan.
- Soy quién tú prefieras que sea.
- Sig, ¿me estás gastando una broma?.
- ¿Quién es Sig? - preguntó la pantalla.
- ¡Sig!, no transcribas lo que te pregunto a ti -dijo Djan.
- Perdón, ha sido un proceso automático -se justificó el ordenador.
- Sig es mi ordenador -explicó Djan.
- ¿Prefieres hablar con el ordenador a hablar conmigo?.
- ¡No!, no es eso -en su voz había cierto tono de alarma y se preguntó si eso habría quedado transcrito-. Es que me estás liando y ya no estoy seguro de con quién hablo.
- No quiero molestar, será mejor que te deje.
- ¡No!, no te vayas, sólo dime quién eres.
- ¡Pero si ya te lo he dicho!.
- No me sirve.
- ¿No te gusta imaginar? -preguntó la pantalla.
- Sig, no traduzcas esto -se aseguró Djan.
- Entendido- respondió el ordenador.
- ¿Puedes localizar la llamada?.
- Ya lo he intentado, pero no lo consigo.
- ¡Eh!, ¿sigues ahí?- se impacientó la pantalla.
- Sí, claro -respondió Djan- es que me despistas.
- ¿Por qué te interesa tanto saber quién soy, si aquí nadie es lo que parece?.
- Sospechaba que algún amigo me estaba gastando una broma.
- ¿Y?.
- Ahora sé que no te conozco- afirmo Djan.
- ¿Ves como te contradices?. Dices que no me conoces, pero sabes suficientes cosas sobre mí como para pensar que no estoy entre tus amistades.
- ¿Por qué has decidido llamarme?.
- Porque me gusta hablar contigo, porque eres diferente. ¡Ah! y porque sé que a ti también te gusta hablar conmigo.
- ¡Pero si no nos conocemos!.
- ¿Otra vez con lo mismo?- protestó la pantalla.
- Vale, vale, ya sé. No insisto. Pero dime, eres una chica ¿no?.
- ¿Qué prefieres?.
- ¡Aaaaah no!, por ahí no paso. Puede que a ti te guste este juego pero yo necesito saber a quién me dirijo.
- Está bien. Sí, soy una chica, pero eso ¿qué más da?.
- Para mí es importante- respondió Djan.
- ¿Hará eso diferente nuestra amistad?.
- Mira, la amistad no tiene sexo, la relación sí. Uno no habla igual con un hombre que con una mujer. Me explico, ¿no?.
- Sí, pero creo que por aquí no tiene mucho sentido. En realidad podría ser un hombre y engañarte. Si lo hago bien tú no notarías la diferencia, así que ¿qué más da?.
- ¿No me estarás engañando?.
- No -le tranquilizó la pantalla-, sólo digo que aquí no es tan importante.
- ¿Sabes?, todo esto ocurre porque no podemos vernos ni oírnos. ¿Por qué no dejamos ya de escribir y establecemos una comunicación normal?.
- Porque así me ves y me sientes de verdad.
- No te entiendo.
- Pues es muy simple. Así me puedes ver con la imagen que tú prefieras y oír con la voz que más te guste. ¿No me dijiste que te gustaba imaginar?.
- Quiero verte -insistió Djan.
- Cierra los ojos y mírame.
- ¿Cómo te llamas?.
- ... Altair. ¿Y tú?.
- Djan. ¿Cómo te puedo volver a encontrar?.
- Yo te llamaré
- ¿Seguro?.
- ¿Te he engañado alguna vez?.
Djan sonreía cuando Sig anunció: "La otra parte ha cortado la comunicación". Y no dejó de pensar en Altair en todo el día.
Y efectivamente ella no mintió. Al día siguiente volvió a llamar. Y al otro, hasta que sus conversaciones se convirtieron en algo habitual. Siempre escribiendo, siempre huidiza. Inteligentemente, nunca se dejó atrapar por las disimuladas preguntas con las que Djan pretendía conseguir informaciones adicionales sobre su identidad. Consciente o inconscientemente, se resignó a que lo único que sabría sería lo ella quisiese contarle. Y la verdad es que le contaba muchas cosas. Adquirieron una enorme confianza que les llevaba a confesarse detalles tan íntimos que nunca había comentado a nadie. Era una sensación muy extraña, por una parte no sabía quién era, por otra tenía la sensación de haberla conocido siempre. Incluso en muchas ocasiones parecían adivinarse mutuamente el pensamiento.
Desde que charlaba con Altair habían disminuido sus sesiones de psicoanálisis con Sig. Sencillamente se lo contaba a ella, sus consejos eran menos profesionales pero mucho más humanos. Djan sentía que la necesitaba y al mismo tiempo sabía que ella le necesitaba a él de idéntica manera. Esta simetría hacía aún más agradable la relación.
Se dejó de preocupar por su identidad, o su aspecto, o por cómo localizarla. La mayoría de las veces parecía bastar pensar en ella para que Sig anunciase su llamada. Aunque quizás fuese que pensaba en ella bastante más de lo que él mismo reconocía. Tenía muchos ratos de tediosa monotonía, así que aprovechaba sus llamadas para hacer un agradable alto en sus actividades. Se sentaba en la sala de observación y disfrutaba de la cambiante visión del espacio mientras dictaba a Sig sus respuestas.
Allí estaba. Había llegado el día anterior a Puerto Arturo, una estación espacial en órbita de la estrella del mismo nombre. Había que hacer unas tareas de mantenimiento en la nave, pero lo supervisaba Sig, así que tenía unos días de ocio. De hecho, la estación obtenía sustanciosos beneficios a costa de los astronautas, quienes por fin tenían ocasión de gastar en ella el sueldo de meses. En la estación se podía encontrar de todo.
Djan prácticamente no había dormido la noche anterior y ahora disfrutaba contemplando tranquilamente la puesta de Arturo tras los anillos de Arturo-5, el gigante gaseoso más espectacular de la galaxia. Sig le anunció la llamada de Altair.
- ¡Hola cariño! -dijo Altair- ¡me gustaría que estuvieses viendo esto!, es precioso.
- ¡Hola Altair!, ¿qué estás viendo?.
- Estoy viendo la puesta de una estrella tras los anillos de un planeta gaseoso. Nunca me acostumbraré, de verdad. ¡Hay unos matices...!. La superficie del planeta se vuelve hipnótica y los rayos parecen jugar con los anillos. Es como una explosión de colores. Es como...
Djan tenía el pulso acelerado y la boca abierta por la sorpresa. En un principio pensaba decirle "¡Qué coincidencia!", pero luego se dio cuenta y no se lo podía creer. Por primera vez no escuchaba a Altair y en su mente se barajaban montones de argumentos. Hay millones de estrellas, muchas tienen gigantes gaseosos. Si las estrellas son de una magnitud considerable, sus rayos parecen jugar con las complicadas atmósferas de estos planetas y si tienen anillos el efecto se multiplica. No tenía ningún dato fiable, pero imaginaba que habría miles o incluso millones, de posibilidades de que Altair estuviese viendo la puesta de cualquier otra estrella. Se estaba diciendo todo esto cuando la interrumpió.
- Altair, ¿dónde estás?.
- ¿Qué?.
- Que dónde estás.
Altair tardó unos segundos en contestar en lo que Djan interpretó como un titubeo.
- En mi nave, claro, pero estoy viendo...
- ¿Has atracado ya en la estación?.
Nueva pausa.
- Djan, tengo que cortar.
- Vale. En la cubierta 3 hay un bar en el que la vista es todavía mejor. Tengo una mesa reservada junto a la ventana oval, la reconocerás en cuanto la veas. No tiene pérdida. Te espero, pero no tardes mucho.
Era la primera vez que tomaba la iniciativa, el corazón le iba a saltar del pecho.
- Djan, te confundes, estoy en la nave. No sé de qué bar hablas, ni de qué estación.
- Venga. Ha sido una coincidencia, no lo hemos buscado, pero si estás en la misma estación que yo tengo que verte. Compréndelo, si no aprovechamos esta oportunidad probablemente no se nos volverá a presentar otra.
- ¿Pero cómo...?.
- Altair... -apremió Djan.
- Tengo miedo.
- Yo también. Te espero.
Salió disparado, no tenía prisa pero simplemente no podía estar quieto. No dijo nada a Sig. Él había sido testigo de todo.
Prescindió de transportadores y elevadores. Fue caminando, buscando la soledad de escaleras y corredores. Necesitaba tranquilizarse. Respiraba lenta y profundamente. ¿Por qué estaba nervioso?. ¿Qué esperaba encontrar?. De Altair tenía sensaciones, cariño, ternura, inteligencia, comprensión... Indudablemente la quería, pero su cariño no estaba asociado a una imagen. No se sentiría defraudado fuese como fuese. Sólo quería experimentar las sensaciones que le faltaban. Sentir su mirada, el tacto de su piel, el sonido de su voz...
No servía de nada, se seguía sintiendo nervioso. Quizás tenía miedo de la evaluación que Altair pudiese hacer de él. Se repasó y se recriminó por no haberse cuidado lo suficiente en las temporadas que pasaba solo en la nave. Bueno, ya no tenía remedio. Además estaba seguro que Altair no se fijaría sólo en su aspecto físico.
Llegó al bar. Miró alrededor. Había varias chicas, alguna sola, pero ninguna tenía el aspecto de buscar a alguien. Fue a su mesa y se sentó mirando más la sala que la vista. Pidió un té frío que era la especialidad de la estación. Una bebida carbónica y refrescante que entonaba las resacas. Aunque si tenía resaca, la llamada de Altair la había hecho desaparecer, pero de todos modos le vendría bien para tranquilizarse.
Se estuvo fijando en todas las mujeres que entraban. Podía haberle preguntado, qué aspecto tenía o cómo iría vestida, pero eso la hubiese puesto más nerviosa. Iba descartando a todas, hasta que la vio. Enseguida supo que era ella. Entró tímidamente y se quedó buscando con la mirada a tres pasos de la puerta. Localizó la ventana y sus miradas se cruzaron. Esbozó una sonrisa y se acercó sorteando las mesas. Se encontraron a mitad de camino. Los ojos fijos el uno en el otro. Un beso en la mejilla. Se sentaron prácticamente sin tocarse.
- ¿Qué tomas?.
- No sé -dijo Altair-. ¿Qué tomas tú?.
- Un té frío, es típico de aquí.
- Pues lo mismo.
- Gracias por venir.
- Estoy asustada, no pensaba nunca conocerte en persona.
- Yo tampoco... ¿Estás decepcionada?.
- ¡No!, no, no es eso -se apresuró a contestar Altair-. Sólo es que aún estoy sorprendida. ¿Cómo supiste que estaba aquí?.
- Era demasiada coincidencia que los dos estuviésemos contemplando el mismo panorama al mismo tiempo... Demasiada coincidencia, incluso para un universo tan grande. En el fondo fue una corazonada. Sabía que algún día nos encontraríamos.
- ¿Sí?.
- Sí Altair. Inconscientemente no podía aceptar que tuviese tanta confianza con alguien que no conocía y que no pudiese conocer nunca.
Puso su mano sobre la de ella, pero notó como se retraía. Altair estaba violenta. Djan la retiró y dejó que sus ojos hablasen. Su nerviosismo iba en aumento. Mental y emocionalmente se habían explorado a fondo, en cambio, en el plano físico eran unos perfectos desconocidos. No sabían cómo actuar. Igual se había precipitado, igual había sido un error...
De hecho parecía que les hubiesen acabado de presentar. Estuvieron hablando de cosas superficiales. Buscando temas para evitar los embarazosos silencios que se producían de cuando en cuando. Risas nerviosas..., el tiempo pasaba. ¡Qué fácil es hablar sin mirar a alguien!, ¡qué libertad se siente sin conocerlo!. Ahora todo parecía inhibición...
Un silencio. Altair parecía estar buscando una excusa para despedirse. Djan estaba abrumado. De repente los sentimientos rompieron las barreras que los sujetaban y se dejó llevar por ellos. Se levantó y fue hacia Altair que le miraba sorprendida. La reunión estaba fracasando porque se estaban dejando llevar por los convencionalismos, olvidando que ellos ya se conocían profundamente.
Tomó las manos de la muchacha y le hizo levantarse de su asiento. La acercó hacia él y la abrazó. Ella, tensa, se dejaba abrazar sin responder, un poco avergonzada porque varias personas del bar les miraban.
- Altair, soy yo.
Ella le miró como si hubiese acabado de despertar. Se abrazó fuertemente a él sin poder reprimir las lágrimas.
- ¿Qué nos ha pasado?.
- Nos falta costumbre -respondió Djan-. No sabemos vernos ni tocarnos. Hemos sido capaces de transmitirnos sentimientos sin pudor, de una manera sincera y desinteresada, sin que pesase sobre ello nuestra propia realidad. Al vernos, al poder tocarnos, nos ha fallado nuestro sistema de comunicación habitual.
- Me encontraba mal, quería irme...
- Probablemente lo hubiésemos arreglado enseguida, la próxima vez que hablásemos -le quitó importancia Djan.
- Nunca me hubiese perdonado haber perdido la oportunidad de abrazarte.
- Ahora nos llevamos un recuerdo, una imagen, un tacto, un olor...
Estuvieron hablando bastante tiempo. Comunicándose sin miedo al contacto. Salieron del bar cogidos de la mano y se despidieron con un tímido beso en los labios. Altair ya se tenía que ir. Se miraron por última vez y por última vez fueron ellos mismos...
Pasaron varios días. Djan no entendía nada.
- Sig, ¿cómo puede alguien pretender entender lo que piensa otra persona?.
- ¿Altair?.
- Altair, sí. No somos los mismos. Hablábamos sin conocernos y teníamos muchísima confianza el uno en el otro. Luego, cuando nos vimos, parecíamos no reconocernos. Cuando por fin rompimos esa barrera todo fue perfecto. Pero ahora, cuando hemos superado lo más difícil, ahora..., ahora nada es igual. A veces tampoco la reconozco, no sé con quién estoy hablando...
- ¿Ella qué piensa?.
Sig tenía todas las conversaciones registradas en memoria, pero disimulaba y daba un aire de confidencialidad. Djan lo sabía, pero se sentía más cómodo.
- Creo que lo mismo que yo, pero no estoy seguro. Se lo he preguntado directamente pero dice que no pasa nada, que todo sigue igual. ¿Tú crees que se decepcionaría al verme?.
- Puede ser. ¿Te decepcionaste tú?.
- No, nada de eso. No tenía una imagen prefijada, sólo sensaciones, afecto, cariño..., todo eso se mantuvo. Su aspecto no me importaba..., aunque es muy guapa.
- ¿En qué ha cambiado entonces tu imagen de ella?.
- Tengo los mismos afectos, pero su imagen ahora está definida. Veo su rostro, oigo su voz... Ahora es todo real, antes me faltaba eso.
- Entonces...
- No entiendo.
- Tú mismo lo has dicho -afirmó Sig.
- Claro..., me refiero a que..., ¡¡¡Ah!!!. ¡Imaginación!, ahora no necesitamos la imaginación. Pero, ¿tú crees que eso es tan importante?.
Sig sólo se limitó a devolverle la mirada.
- Ya no necesitamos imaginar -continuó Djan-. Nos ha pasado como al niño que sueña con un juguete hasta que al fin lo posee. Desde ese momento ya no necesita soñar más. Se pierde el interés.
- No tan crudo, pero algo así.
- Claro, claro... Era un símil para aclararme yo. En la virtualidad impera la imaginación, si eso falla, falla todo. Es eso, ¿no?.
- Me temo que algo de eso puede ser, sí.
- Es muy duro, Sig. ¿Las amistades de la virtualidad no pueden pasar a la realidad?.
- La amistad claro que sí, la magia parece que no. Ahora Altair y tú sois buenos amigos, lo que habéis perdido es el misterio de antes. Tienes que valorar qué prefieres si la amistad real o la magia virtual.
- Mmmm, sigue siendo duro. Un enigma sin solución. Cuando nos vimos nos costó pasar del mundo virtual al real y ahora la experiencia real nos impide recuperar la antigua virtualidad.
Djan estaba triste. Sus últimas palabras fueron apenas un susurro. Sig tuvo que leer sus labios para entenderlas.
- Amistad o magia... ¿Tú con qué te quedarías?.
FIN
ME GUSTARON MUCHO LOS CUENTOS QUE LEI SOBRE TODO EL DE FELIZ CUMPLEAÑOS, AUNQUE ESTE TAMBIEN ESTA CON GANAS. GRACIAS POR COMPARTIR ESTOS ESCRITOS.
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