Guadalupe apartó la mirada de la pantalla del ordenador y vio la gente que esperaba detrás del mostrador. En primera fila una de sus clientas la había liado en una búsqueda interminable, pues la señora después de rechazar todas las opciones que le había propuesto, se negaba a aceptar que el medicamento, de dudoso nombre que buscaba, quizás hubiese cambiado de formato o no se fabricase ya, y pretendía poco menos que examinar una por una todas las especialidades del almacén.
Estaban en época de fiestas, con la población cuadruplicada. El auxiliar le había pedido permiso para arreglar unos papeles. Estaba ella sola y parecía que medio pueblo se había citado en la farmacia. El maravilloso ordenador que se suponía le evitaría cualquier trance de este tipo, le iba dando datos con una lentitud pasmosa. Respiró profundamente unas cuantas veces y se secó las manos en la bata. Evidentemente estaba nerviosa, las letras le bailaban y cada vez que levantaba la cabeza veía más gente impaciente. Los ánimos se alteraban y un escalofrío mal disimulado recorrió todo su cuerpo cuando se dio cuenta de que el ordenador iba mal. Su lentitud no era una apreciación subjetiva y para confirmar sus temores se bloqueó al poco tiempo, negándose a obedecer ninguna orden desde el teclado.
Teniendo la farmacia totalmente informatizada desde hace más de un año y en su estado de ánimo actual, un fallo en el ordenador suponía unas molestias que no estaba dispuesta a aceptar. Después de disculparse con su clientela cogió el teléfono para llamar al servicio técnico. Se sintió momentáneamente aliviada al oír la línea ocupada porque se estaba pasando un pedido, el sonido característico le era familiar y eso quería decir que el ordenador no estaba estropeado del todo. Pero en todo caso no podría llamar al técnico hasta que terminase de pasar el pedido, lo que tendría que ocurrir inmediatamente.
Después de esperar unos momentos volvió a probar y siguió escuchando el soniquete del ordenador. Así varias veces en lo que le parecieron unos interminables minutos. Eso tampoco era normal. Su enfado le llevó a desconectar el ordenador para poder hablar por teléfono, pero lanzó un grito cuando al levantar el auricular siguió escuchando la transmisión de datos. Recordó que además del terminal del mostrador, lo que había desconectado, el ordenador central estaba en su despacho y tendría que apagarlo también. Al llegar vio un mensaje en la pantalla que decía "VOLCADO EN MARCHA, POR FAVOR ESPERE UN MOMENTO". Lo apagó de todos modos sin hacer caso del aviso. Pero... la transmisión seguía.
Guadalupe estaba perpleja, el aparato estaba apagado y no sabía que más podía hacer. Un cliente "enterado" aventuró la posibilidad de que el ordenador estuviese infectado por un virus. Lo mejor sería desenchufarlo y llamar al técnico. Eso hizo y efectivamente la transmisión se cortó. Inmediatamente llamó a los mayoristas para anular cualquier pedido pues había habido un fallo. Pero los mayoristas no tenían ningún pedido de su farmacia registrado esa mañana. "¿A quién transmitía pues el ordenador?". Lo mejor sería que llamase al técnico cuanto antes. Iba a levantar el auricular cuando el teléfono sonó. "¿Diga?" fue la última palabra que pronunció antes de caer muerta.
El médico llegó después de unos minutos y diagnosticó una parada cardíaca, probablemente debida a la tensión de los últimos momentos. Nunca imaginó que la frecuencia de la señal recibida por el teléfono podría interferir la actividad eléctrica cerebral y bloquear la transmisión nerviosa. Después de todo, nadie podía sospechar que alguien quisiese matar a Guadalupe; aunque en el pueblo aún se comente el caso y el hecho de que el ordenador nunca volviese a funcionar.
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A Paco las ideas se le ocurrían siempre en la cama, consultando con la almohada. Por la noche pensaba mejor, su mente era más audaz. Si se dormía antes de resolver el problema en el que estuviese enfrascado, soñaba con él obteniendo en ocasiones resultados muy interesantes que anotaba mentalmente para recordarlos al despertar. Su plan se le ocurrió así.
Ahora lo tenía resuelto y, tendido en la cama, se limitaba a repasar los detalles para la puesta en marcha de su proyecto. Cuando hace ocho años su espíritu curioso le hizo comprar su primer ordenador, no sospechaba que su recién nacida pasión por la informática le llevaría tan lejos.
Su otra gran pasión, también alimentada por una gran curiosidad, se movía entre esos campos, difíciles de delimitar, que albergan la parasicología, el esoterismo, los ovnis, las ciencias ocultas, etc. Tenía una buena base de datos documental sobre temas de difícil explicación. Le gustaba intercambiar opiniones y participaba activamente en diversos foros que sobre estos temas se formaban en Internet. Aunque sabía que los datos verdaderamente interesantes estaban fuera de los aficionados, por muy especializados que fueran. Estaba seguro que gobiernos, sociedades secretas, e incluso la Iglesia, tenían datos suficientes para poner los pelos de punta a todo el mundo, y estas informaciones eran su objetivo. Para conseguirlos tendría que meterse en sus bancos de datos y ponerse a buscar, lo que no era tan fácil como se ve en el cine.
En primer lugar tendía que localizar las direcciones de las bases de datos (URL las llamaba él), intentar introducirse en ellas saltándose las claves de acceso y buscar la información que necesitaba sin que nadie supiese que un extraño había estado hurgando en informaciones clasificadas. Para ello, desarrollando sus conocimientos sobre inteligencia artificial, había creado un programa (un robot de búsqueda) que se movía por la red localizando este tipo de bases de datos. Cuando encontraba una intentaba establecer un diálogo analizando protocolos de transmisión, claves de acceso y tipo de información almacenada. Acto seguido grababa estos datos y proseguía la búsqueda. Esto supondría una primera criba que según los resultados ayudaría a Paco a orientar la investigación, que paso a paso se iría haciendo más fructífera, o por lo menos eso esperaba.
Todo esto supondría una astronómica factura de teléfono que Paco no estaba dispuesto a pagar. Su experiencia sobre el tema le indicaba que lo mejor era interceptar el recibo de Telefónica en el banco y darlo por pagado sin modificar su saldo. Naturalmente, a estas alturas el ordenador de su sucursal bancaria tenía muy pocos secretos para él. Pero en esta ocasión tendría que doblar las precauciones, por lo que lo mejor era efectuar las llamadas desde otro ordenador que haría de enlace y tapar él las facturas generadas. Para el caso de que el proceso se descubriera, lo mejor sería que el propietario del ordenador de enlace no supiese nada del tema y aquí es donde venía la fase más delicada de su plan.
Tenía que buscar un ordenador de suficiente capacidad, que estuviese conectado telefónicamente y cuyo usuario tuviese pocos conocimientos de informática para que no detectase las modificaciones que tendría que hacer en el aparato. Un amigo que trabajaba en un mayorista farmacéutico le proporcionó una lista de las farmacias que estaban informatizadas y, después de una cuidada selección, eligió la farmacia de Guadalupe.
Un día se presentó en ella como miembro del servicio técnico de la compañía instaladora del ordenador. Argumentando que en el mayorista se habían detectado unos defectos en la transmisión de datos, tuvo acceso al ordenador sin que se comprobase ninguno de estos supuestos. Casualmente en los pedidos de los últimos días había habido algunos errores que, como siempre, se achacaban al ordenador.
Con toda tranquilidad Paco instaló un segundo disco duro para su uso exclusivo y metió en él su programa de búsqueda. Conectó al modem interno un dispositivo que arrancaba el ordenador al recibir una llamada telefónica con un código determinado y luego se desconectaba automáticamente según instrucciones predeterminadas.
Por último modificó el protocolo de comunicaciones telefónicas, explicando a Guadalupe que los fallos se debían a un defecto del modem. Que así no habría ningún problema, aunque el estaría pendiente y si notaba algo raro volvería para solucionarlo. La farmacéutica se quedó encantada y él se aseguraba el acceso al ordenador sin ningún problema.
Las cosas iban mucho mejor de lo que esperaba. Esa misma noche Paco probó su instalación. Como esperaba, al cerrar no habían quitado la corriente pues en una farmacia la nevera ha de estar siempre en marcha. Así que el ordenador respondió al instante a su llamada. Le pasó una veintena de direcciones de bases de datos y las instrucciones para que trabajase con ellas esa noche.
Cuando al día siguiente, después de la jornada laboral, se puso en contacto con la farmacia para comprobar los resultados de la anterior investigación, se sintió un poco defraudado. Su programa sólo había podido entrar en una base de datos que no parecía tener informaciones de demasiada importancia. En el resto el acceso había sido denegado.
En las sucesivas noches que la farmacia no estuvo de guardia examinó esta base de datos analizando minuciosamente su protocolo de transmisión. Emulando dicho protocolo, en otras palabras haciéndose pasar por dicha base de datos, volvió a intentar el contacto con las redes que antes le habían denegado el acceso, consiguió entrar en algunas más y así, repitiendo el proceso, empezó a recibir más datos de los que podía manejar. Dejó que su programa, noche tras noche, fuese interrogando las distintas bases, recopilando informaciones para después examinarlas con tranquilidad.
La investigación llegó a obsesionarle. Apenas dormía intentando encajar datos. Una mañana, después de pasar toda la noche cotejando detalles, decidió ponerse en contacto con el ordenador de Guadalupe cuando faltaba menos de media hora para abrir la farmacia. Tenía que comprobar unas cosas y después podría seguir trabajando. En cuanto accedió se dio cuenta que alguien más había estado hurgando en las memorias. Pensó que Guadalupe le había descubierto. Quizás el verdadero servicio técnico había revisado el ordenador. Pero no, no era eso. Era un trabajo muy sutil, no borraron nada, pero habían cambiado las informaciones de algunos ficheros. Intentaron entrar en su programa de búsqueda y, aunque creía que no lo habían conseguido, modificaron el sistema de arranque para tratar de ponerlo en marcha.
Una fina capa de sudor helado cubrió su piel. Estaba asustado. No sólo le habían descubierto hurgando en informaciones evidentemente secretas e importantes, además consiguieron seguirle los pasos telefónicamente hasta el ordenador de Guadalupe. No sabía lo que su programa había descubierto esa noche, por lo que ignoraba quién había podido manipularlo, pero implicaba unos medios y un interés en localizar al intruso que le aterraron. ¡Tenía que borrar sus huellas!. Lo primero era volcar todos los datos del ordenador de Guadalupe al suyo, lo que llevaría bastante tiempo. Después formatear su disco duro en la farmacia para eliminar todo rastro. Por último borraría del ordenador de Telefónica los registros de sus llamadas. Con todo eso era imposible que le localizasen. Si se ponían en contacto con Guadalupe verían que ella no tenía nada que ver con el tema y él se tendría que contentar con las informaciones obtenidas hasta ese momento, que por lo visto no eran pocas.
Paco estaba ya más tranquilo y nuevamente enfrascado en el rompecabezas que suponían todos los datos que manejaba. Había dado orden al ordenador de la farmacia de que procediese al volcado de los datos con prioridad sobre su tarea primordial, lo que esperaba no produjese demasiados trastornos en el establecimiento. No se enteró de los problemas que Guadalupe tuvo esa mañana, ni de que desenchufó el ordenador a mitad del proceso, ni de la llamada asesina que recibió después. Tan concentrado estaba que, cuando alargó la mano para coger el teléfono que sonaba, no cayó en que la línea tenía que estar teóricamente ocupada con la comunicación entre los ordenadores. Nunca sabría ya que su sistema informático estaba totalmente inutilizado, ni por qué, ni cómo... aunque habría muerto más satisfecho de haberlo sabido.
FIN
muy bonito
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